Arte y Museos

Las maravillas de Miró, oasis de creatividad en La Pasión

23 noviembre, 2017

 

André Bretón dijo que el surrealismo le debe a Miró la más bella pluma de su sombrero. El poeta francés, pionero del Manifiesto Surrealista, y el artista catalán se conocieron en 1923. Sin este encuentro, Miró no habría sido el gran maestro del movimiento, el más puro surrealista de todos, según dijo el propio Bretón. Más puro que Magritte.

Desde ese encuentro «Miró da rienda suelta a sus pulsiones”, considera María Toral, comisaria de la muestra que reúne en la Sala de la Pasión 52 grabados en los que el artista “plasma figuras inventadas en un universo único que encuentra su origen en la memoria y el subconsciente”. Su iconografía “es una transposición visual de la poesía surrealista” impulsada por Bretón.

El jardín de las Maravillas

El jardín de las maravillas, en la Sala Municipal de Exposiciones de La Pasión

La retrospectiva El jardín de las maravillas, que podrá visitarse en la céntrica sala municipal hasta el próximo 7 de enero de 2018, coincidiendo con el año del 125 aniversario del nacimiento de Miró; recopila algunos de los grabados más importantes del catalán, pertenecientes a la italiana Colección Guido Guastalla. La selección traza un recorrido temporal que se inicia en 1953 con una litografía realizada con motivo del centenario de la editorial francesa Mourlot y concluye con obras de 1981, apenas dos años antes de la muerte de Miró: un paseo que abarca casi tres décadas, el periodo creativo en el que Miró trabajó con más intensidad el grabado.

Este particular jardín de maravillas gráficas ilustra la maestría con la que Joan Miró trabajó el aguafuerte, la litografía o el aguatinta. Su conocimiento de estas técnicas fue, precisamente, lo que le permitió romper con ellas, modificarlas, liberarlas. Con su trazo libre las moldea para lograr una particular simbiosis entre la obra gráfica, la poesía –tan influido por Bretón, a pesar de que sus antagónicas posiciones políticas los distanció- y la música: “trato de aplicar colores como palabras que forman poemas, como notas que forman música”, decía Miró. Una comunión artística patente en obras de la exposición como la que realizó en 1963 con un prólogo de Jacques Prévert; u otras que dejan constancia de la continua colaboración con artistas de otros campos, como Quiriquibú (1976), cartel para la presentación de la obra teatral de Joan Brossa en Teatre de l’Escorpí.

Casi todas las obras de este edén datan de los años 70, la época más prolífica en su haber de obra gráfica. Destacan obras como Homenaje a Josep Lluis Ser (1972), una pareja de litografías en blanco y negro que dedica a su íntimo amigo, el arquitecto de la Fundación Miró en Barcelona. Es una de las pocas ocasiones en las que Miró renuncia al uso del color. Ese mismo año el maestro del surrealismo realizó una de sus series más conocidas, que también se exhibe en Valladolid: un conjunto de 12 litografías para la publicación Miró Litograph lanzada por la editorial neoyorquina Tudor, que se acompaña de otra serie posterior (1975) para otro tomo de la misma firma.

Homenaje a Josep Lluis Ser

Homenaje a Josep Lluis Ser

 

En esta fecunda década realizó ‘Miró escultor’, serie que busca la inspiración en la musicalidad de siete idiomas –el japonés, el sueco, el persa, el italiano, el danés, el portugués y el inglés-. El resultado es la particular visión del catalán de las siete lenguas a las que sería traducido este encargo editorial.

Anterior a esa dedicación casi exclusiva al grabado de los años 70 es la serie Je travaille comme un jardinier (trabajo como un jardinero). Un Miró impregnado de inocencia infantil salpica estas 31 litografías de garabatos y trazos que, lejos de ser errantes, responden a una cuidada estrategia para recrear una atmósfera pueril. Recurre, incluso, a una ocurrente textura que recuerda al crayón. Porque, como el propio Miró afirmaba, “las obras deben ser concebidas con fuego en el alma, pero ejecutadas con frialdad clínica”.

Trabajo como un jardinero

Trabajo como un jardinero

“Trabajar sobre el papel le permite de una forma más directa conseguir plasmar todo lo que su mente imagina de una forma en la que destaca su inventiva”, comenta la comisaria de la muestra.  Los arabescos, los círculos, las líneas y un intenso uso del color se liberan en el grabado. Su estilo espontáneo, aunque cuidado, tan onírico como real, se inspira tanto en los sueños como en la naturaleza. “Miró quizás sea el paradigma de una nueva forma de mirar el mundo y el arte en el siglo XX” que busca una máxima simplicidad “que es tanto nueva como originaria, como ocurre con los antiguos jeroglíficos que tanto hablan como ocultan y nos llevan a los albores del hecho sensible, a la historia de la Humanidad y a ese Paraíso perdido, recuperado para nosotros, en el Jardín de las Maravillas”.

Quiriquibú

Quiriquibú

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