Son pocas las mujeres que, hasta hace poco tiempo, han sido reconocidas por su papel en la configuración del poder político de su época. Si lanzamos la pregunta al aire Isabel La Católica sea, posiblemente, el nombre más recordado; pero la vallisoletana María de Molina, ‘tres veces reina’, merece un hueco en la memoria colectiva a la altura de la Trastámara.
María de Molina fue una de las reinas más relevantes de la Edad Media. Ostentó un importante papel político primero durante el reinado de su marido, Sancho IV (de 1284 a 1295), y después como tutora de su hijo Fernando IV y de su nieto Alfonso XI.
Nacida como María Alfonso de Meneses hacia 1264, se crio en la comarca vallisoletana de Tierra de Campos sin opción alguna al trono. En 1282 contrajo matrimonio con Sancho, segundo hijo del rey Alfonso X ‘el Sabio’. Sin embargo, María seguía sin aspiraciones a la corona, pues los derechos sucesorios recaían en los hijos del hermano mayor de Sancho. Para mayor complicación, su matrimonio se enfrentaba a la nulidad: María era prima de Alfonso -lo que la convertía en tía segunda de su marido- y, aunque las bulas papales eran habituales en estas ocasiones, con el Papa como aliado de Portugal y Aragón, reinos rivales de Castilla, este ‘perdón papal’ no estaba asegurado.
A la muerte de Alfonso X, y contra los deseos de su padre, Sancho se proclamó rey de Castilla. En esta delicada situación, María de Molina, reconocida ya como reina, supo hilar hábiles estrategias mediante los compromisos maritales de sus hijos para garantizar la estabilidad del reino.
María de Molina peleó el trono para su marido y volvió a pelearlo para su hijo Fernando. El infante era, a ojos de sus detractores, vástago ilegítimo, ya que la reina madre seguía sin conseguir una bula papal que hiciera válido su matrimonio ante la Iglesia.
La muerte de Sancho (abril de 1295) amenazó la estabilidad del reino. El trono era reclamado por su hermano Juan de Castilla, legítimo heredero según el testamento de Alfonso X. El infante Enrique exigía la tutoría del joven rey, que contaba con apenas 9 años de edad. Al tiempo, os infantes de la Cerda eran apoyados por Francia y Aragón, reinos que, junto con Portugal, procuraban sacar partido a la situación.
A las puertas de una guerra civil y en una delicada situación de inestabilidad y confusión, María volvió a demostrar su olfato para la política: logró ser nombrada custodia de su hijo, apaciguó a los aspirantes al trono y frenó la invasión lusa al prometer a su hijo Fernando -quien reinaría como Fernando IV de Castilla, ‘El emplazado’- con Constanza de Portugal, mientras lidiaba con los continuos conflictos agitados por su cuñado. Logró, seis años después de enviudar, la dispensa papal que convertía a su hijo en fruto de un matrimonio legítimo.
La muerte de Fernando IV a sus 26 años y la de Constanza, sólo un año después, sumió a Castilla en un nuevo periodo de inestabilidad. Animada por la nobleza castellana, María de Molina volvió a la primera línea de la política como tutora de Alfonso XI, donde permanecería hasta su muerte en el desaparecido convento de San Francisco de Valladolid.
¿Sabías que este periodo de regencia es protagonista de una de las obras maestras de Tirso de Molina? La tres veces reina protagoniza el drama La prudencia en la mujer, texto que recuerda las conjuras contra su nieto, el futuro Alfonso XI de Castilla ‘el Justiciero’, y las diestras maniobras de María de Molina para desbaratarlas. Su vida inspiró otros dramas y novelas, entre ellas, la ganadora del Premio Alfonso X el Sabio de Novela histórica 2004, María de Molina. Tres coronas medievales, de Almudena Arteaga.
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