El luto riguroso a juego con los años 50 en España hacía sangrar las rotativas estadounidenses. Más de 22 millones de copias de la revista Life hicieron circular la imagen de un velatorio en Deleitosa, el pequeño pueblo extremeño elegido por William Eugene Smith (1918, Wichita-1978, Arizona) para saltarse todos los controles franquistas y consolidar su posición de leyenda viva.
La instantánea, que se expone de forma temporal en Valladolid, forma parte de la serie Spanish Village (Pueblo español), considerada como una de las obras de referencia de la fotografía documental humanista.
Los vecinos han recordado durante años la llegada del americano que fue, durante apenas dos meses, uno más. Consciente de que su trabajo podía trastocar la vida de sus modelos –de hecho, la joven que aparece en la imagen del velatorio comenzó a recibir misivas de un pretendiente estadounidense a raíz de este reportaje-, basó su modus operandi en un escrupuloso respeto por quien no quería posar ante su objetivo y en su fusión con el grupo hasta pasar desapercibido para quien sí se prestaba a tal tarea.
Y quizá fueron las personas el único elemento artístico por el que sintió respeto. Porque William Eugene Smith, el visionario que se negó a dejar las lentes de 35 mm a pesar de la presión de Newsweek, el hombre que dimitió del gigante Life y predijo su declive por no respetar sus decisiones en cuanto al orden de las imágenes; sentó cátedra con unos planteamientos insurrectos que le erigieron como uno de los grandes revolucionarios de la fotografía.
Reinterprentando ‘lo real’
Su serie en Deleitosa, también la imagen del velatorio, alteran la luz natural. Cuando capturó el momento, Smith ya era un mito vivo del fotoperiodismo, pero imponer esta licencia como algo natural en la profesión le costó un choque frontal con la práctica hasta entonces establecida.
Consciente de la imposibilidad de eliminar la subjetividad de la fotografía, redujo al ridículo esa batalla perdida por tantas generaciones y supo poner esta condición a su favor en su cruzada personal por lograr la imagen perfecta.
“La única luz existente (en el velatorio) provenía de una vela colocada a un metro sobre la cabeza del fallecido. Todos vestían de negro, de modo que era muy complicado conseguir una buena exposición”, así que, como él mismo narra, “utilicé un flash. Quité el reflector y empleé la bombilla desnuda”. Lo que hoy parece un modo de proceder natural, había sido un enorme tabú en la fotografía documental, que se regía por mantener en todo momento la luz natural. Sin pelos en la lengua, con la misma franqueza que caracterizan sus instantáneas, Smith se atrevió a calificar esta idea de “estúpida”.
Si una toma requería cambiar el mobiliario de forma intencionada, Smith era capaz de colarse en una sala de partos, como hizo en Comadrona. Si un lugar era demasiado oscuro, jugaba con elementos artificiales hasta dar con la composición exacta.
Spanish Village supuso un enfrentamiento con la dirección de Life, que selecciona las imágenes según la conveniencia para la política exterior de los Estados Unidos. Fue uno de tantos roces con la revista que, sin embargo, le dio fama mundial y publicó sus mejores series, recogidas en la muestra: la de Deleitosa y Mercy Man (hombre piadoso). Su faceta como corresponsal de guerra, cubriendo la etapa japonesa de la II Guerra Mundial, también fue encargo de Life.
El hombre que no dudó en preparar cada toma tuvo que adaptarse a la acción incontrolable de la guerra. Su etapa como corresponsal en la II Guerra Mundial le dejó grandes instantáneas de la contienda japonesa y graves heridas por metralla que, según los médicos, le impedirían volver a manejar la cámara. Dos años y treinta intervenciones quirúrgicas después, Smith retrata la resurrección de forma magistral, catártica, a través de la figura de sus dos hijos caminando hacia la luz. Smith había acertado con sus predicciones acerca de la línea de Life, que echaría el cierre unos años después: la revista rechazó publicar la instantánea que tantísimo se reprodujo después, convirtiéndose, para desesperación de los editores, en una fotografía icónica.
Creador del ensayo fotográfico
La guerra marcó profundamente la vida personal de Smith, pero también su relación con la fotografía. Esa resurrección que escenifica Paseo por el jardín del paraíso (The Walk to Paradise Garden) también es un renacimiento profesional. Desde este momento, su carrera se centra en el desarrollo pleno del ensayo fotográfico.
Se puede decir que Smith es, en gran medida, inventor de este género que acerca la imagen a la narración literaria, ligando una imagen a otra para conformar un discurso completo. La selección y el orden de las fotografías fue, casi siempre, el motivo que enfrentó al artista con los principales medios del momento, aunque sus choques más sonados fueron los que tuvo con el gigante de la época, Life.
“Modestia aparte, mis artículos estuvieron entre los más exitosos jamás publicados en Life. Pues bien, tuve que pelear la publicación de todos y cada uno de ellos”, afirmaba el hombre que, sin ser consciente de ello, abría el debate sobre el papel del fotógrafo en la selección editorial.
Su obsesión por lograr imágenes emblemáticas le llevó, en más de una ocasión, a la ruina. Se enfrentó a costes difícilmente asumibles por un freelance por los largos tiempos que empleaba en perfeccionar sus reportajes. Llegó a invertir dos años en Pittsburgh, un encargo de tres semanas de la agencia Magnum que nunca llegó a publicarlas ante el descontento del autor, de nuevo, con la selección editorial (finalmente fue la revista Photography Annual la que sacó parte de las instantáneas a la luz).
Con esta serie Smith llegó a lo que él mismo consideraba su cumbre profesional. “Creo que alcancé mi cumbre profesional hacia 1958. No creo que sea hoy día mejor fotógrafo de lo que lo fui entonces. Tenía la imaginación y la intuición al rojo vivo”. Desde entonces, aseguró, solo competía contra sí mismo, contra ese yo pasado que tocó techo a finales de los cincuenta, cuando el color que nunca quiso comenzó a filtrarse en los carretes.
Todavía dejó imponentes series, como la dura Minimata (1972 -1975), que realizó en Japón tres años antes de su muerte.
La Sala Municipal de Exposiciones de San Benito en Valladolid permite ahora acercarse, a través de más de medio centenar de obras -series Pueblo español (spanish village), Médico Rural, Comadrona, Hombre piadoso (Mercy man), Pittsburgh y Minimata-, al legado del hombre que no quiso seguir unas reglas que no había dictado.
Yo no escribí las reglas, ¿por qué tendría que seguirlas?
- Sala de Exposiciones de San Benito
- Abierta de martes a domingo y festivos, de 12 a 14 y de 18.30 a 21.30 horas
- Entrada gratuita
No hay comentarios