El 6 de enero de 1809, Napoleón entró en Valladolid; un episodio de nuestra historia poco recordado, quizá por su fugacidad. El emperador apenas estuvo diez días en la ciudad (la única en España que recuerda el reinado de su hermano como José I con su escudo en una fachada) que, sin embargo, fueron suficientes para sembrar el terror a orillas del Pisuerga.
Napoleón accedió a Valladolid por el Puente Mayor, al frente de 1.500 soldados de caballería y 2.500 de infantería. «No se le dio un viva, sino por los franceses y afrancesados, ni el pueblo se quitó el sombrero», cuenta Hilarión Sancho en sus Diarios de Valladolid (1807-1849).
Frente a la frialdad con la que fue recibido por los vecinos, sus tropas lanzaron cohetes en su honor y las autoridades organizaron una recepción colorida y espectacular, escenificación del poder que acompañaba al emperador, genio de la propaganda política, en buena parte de sus apariciones públicas.
Napoleón se alojó en el Palacio Real. Se sabe, también, que expolió la iglesia de San Pablo (además de encarcelar a más de veinte dominicos) y se cuenta que utilizó la plata requisada para acuñar las primeras monedas con la imagen de José Bonaparte.

El 10 de enero, a una semana de su partida, pasó revista a su tropa en el Campo Grande. Un desfile en el que El corso escenificaba, una vez más, su victoria. Sin embargo, abandonó la ciudad, el 17 de enero, en absoluto secreto.
Breve, sí, pero terrorífica fue su estancia en la ciudad. En esos escasos diez días, Napoleón mandó ejecutar a cinco vallisoletanos en la Plaza Mayor. Hubo un sexto condenado, perdonado a instancia del clero, que alegaba su condición de padre de cuatro hijos. Terror sintió también la población cuando las tropas galas incendiaron el convento de la Trinidad Calzada, junto al actual Monasterio de San Joaquín y Santa Ana.
«Dio orden de prender y ahorcar a los revolucionarios; para las prisiones se comisionó al regidor D. Gregorio Chamochín, y se dijo que había preso a 18 o 20 personas, de las que ahorcaron cinco, e iba a subir otra al patíbulo cuando llegó su indulto, y otras fueron desterradas a Francia.»
«Día 14 pegaron fuego a la iglesia y convento de la Trinidad Calzada, y todo se convirtió en ceniza, a excepción de la piedra y sillería con la torre, aunque esta fue volada por los satélites de Napoleón para vender las campanas y piedra.»
Hilarión Sancho. Diarios de Valladolid

Este breve periodo marcó el inicio de una nueva etapa en la Guerra de la Independencia para Valladolid, que sería, hasta junio de 1813, capital por partida triple: del sexto Gobierno, de la Alta España y del distrito del Ejército Norte.
Es, también, el inicio real de un gobierno francés en la ciudad, pues hasta este momento los comandantes que abandonaban la villa no dejaban una estructura de mando permanente. El paso de Napoleón cambia el escenario al encomendarle al barón Dufrese el gobierno de la provincia (cargo que ostentó hasta abril de 1811).
Y es que fue, precisamente, el propio Napoleón quien señaló la posición estratégica de la ciudad como centro de las principales rutas del norte de la península: hacia Bayona, vía Burgos; hacia Zaragoza, hacia Galicia, pasando por Benavente y Astorga; hacia Santander, cruzando Reinosa; y hacia Madrid, vía Segovia y el puerto de Guadarrama.
Las loas de algunas autoridades y las declaraciones oficiales que garantizaban la «sumisión y respeto» de los vallisoletanos por Napoleón nunca fueron reflejo del sentir de los vecinos en la Guerra de la Independencia, más recordados por héroes como El Empecinado o las espías Rosa Barreda y Nicolasa Centeno y de las hermanas Ubón que por los diez días que convivieron con el emperador.
«Día 17 marchó a Francia el Emperador, quedándonos impuestas grandes contribuciones y prisiones a los que no las pagaban, generales franceses y españoles afrancesados que mandaban ahorcar sin distinción de clases ni de personas, y una policía expiadora, por cuyas causas siempre estaban las cárceles llenas de los más honrados vecinos de Valladolid; más los españoles formaron partidas de guerrillas que perseguían a los franceses y les hacían mucho daño, de suerte que no podían salir del pueblo a dar un paseo sin que fuesen sorprendidos y corridos hasta las puertas de nuestra ciudad. «
Hilarión Sancho. Diarios de Valladolid
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