Los cimientos del convento de San Francisco de Valladolid custodian en el subsuelo las historias, diretes y leyendas que se han colado en sus sepulturas. La de Cristóbal Colón, quien yació aquí hasta que su cuerpo fue llevado a Sevilla. O la del malogrado noble Álvaro de Luna, cuyos restos descansan ahora en Toledo.
Aquí siguen durmiendo las historias de personajes de enorme calado histórico, como el líder de la revolución irlandesa Red Hugh O’Donnell, descendientes de los altos linajes vallisoletanos, como los Tovar o los Mudara, y de hijos de reyes, como… o Leonor ‘la de los leones’.
El sobrenombre de esta última responde a una curiosa leyenda que dio fama a la hija ilegítima del primer rey Trastámara.
Enrique II de Castilla tenía dudas de que Leonor, a quien dio a luz su amante, también Leonor de nombre, fuera hija suya. Cuenta la leyenda recogida por Juan Agapito y Revilla que el monarca “estaba decidido a dar un paso supremo, a arrancar la verdad del pecho de esta (su amante)”
Se dice que el rey lanzó a la pequeña a los leones, que no osaron a acercarse a la niña, y que el monarca quedó así convencido de la honestidad de su madre.
-necesito hacer una prueba, es necesario que todo el pueblo vea demostrada vuestra fidelidad y vuestra constancia, es preciso convencer al pueblo mismo de su error. ¿Aceptáis?
Un movimiento afirmativo de cabeza fue lo único que pudo significar la dama.
—Pues entonces—prosiguió Don Enrique – no me culpéis a mí de la suerte de vuestra hija, esperad en Dios vuestra inocencia; pero ¡ahí si sois culpable… la madre misma mataría a su hija!
Juan Agapito y Revilla. Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones nº 146
Había decidido el rey probar la nobleza de su amante arrojando a la niña a los leones. Si devoraban a la pequeña, el engaño se descubriría; si respetaban a la criatura, se demostraría la filiación.
La terrible idea fue anunciada por el pregonero y pronto acudieron los vecinos a presenciar tal tremenda prueba.
La señal se hace, un grito único, terrible, conmovedor, se escapa a la vez de centenares de gargantas: los leones saltan de sus jaulas y se dirigen jugando al centro de la plaza donde está la hija de Doña Leonor.
Infinidad de ojos anegados en llanto miran la diáfana bóveda del cielo: apartan la mirada del cuadro aterrador de la plaza y suplican fervorosamente y demandan auxilio del omnipotente divino. Pero todo cambia radicalísimamente en un instante; se llora, sí, pero de placer, de alegría: los leones juegan con la niña lamiendo sus manecitas que ella pasa por las rizosas melenas del fiero animal.
El pueblo grita, aclama unánime la inocencia de Doña Leonor, ¡ya puede estar tranquilo D. Enrique! Doña Leonor abraza a la pobre niña salvada milagrosamente de la muerte y la humedece con sus maternales lágrimas; Don Enrique abraza a ambas y llora también de emoción
Juan Agapito y Revilla. Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones nº 146
Convencido ya del parentesco, Enrique II le regaló territorios como el señorío de Dueñas.
A la muerte de su amante, el rey ordenó la celebración de un pomposo funeral y su entierro en el convento de San Francisco de Valladolid. Leonor hija dispuso en su testamento la construcción de una capilla en dicho convento, conocida como la capilla de los leones, para ser enterrada junto a su madre.
No se sabe, sin embargo, donde tuvieron lugar esos supuestos hechos que dieron origen a la leyenda. La tradición pone Valladolid como escenario. Señala, incluso, la plaza de Santa Brígida por haber sido conocida como ‘plazuela de los Leones’, aunque este nombre le fue dado siglos después.
*La imagen que ilustra el texto es un fragmento de La virgen de Tobed, atribuida a Jaume Serra (1358 – 1395). A la izquierda aparecen el rey Enrique II y su hijo Juan, quien lo sucedería en el trono como Juan I. A la derecha, su mujer, Juana Manuel de Villena.
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