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Cuando José Zorrilla conoció al diablo

9 septiembre, 2020

De sobra es conocida la fascinación que José Zorrilla sentía por lo paranormal. El que quizá sea el último gran poeta romántico español recurre en sus escritos a los muertos, los fantasmas, las apariciones o los conjuros. Él mismo se pregunta, en su obra Recuerdos del tiempo viejo, cómo es posible que siendo desde chico muy cobarde su musa tratara tan habitualmente con las Furias compañeras de Plutón –el dios del inframundo en la mitología romana-.

El gusto de Zorrilla por el misterio y lo esotérico nace en Valladolid. El poeta pasó su infancia en lo que hoy es la casa-museo de José Zorrilla. Aquí se encontró con el fantasma de su abuela Nicolasa y vio al mismísimo diablo.

De niño, José acompañaba a su madre a la misa diaria en la Iglesia de San Martín, donde fue bautizado. Recuerda que, durante el oficio, dejaba volar su imaginación entre las imágenes y las luces de los altares.

Una de las imágenes que más llamaba su atención era la talla de un gallardo jinete montado en un caballo blanco que partía su capa con su espada para abrigar a Cristo. Incluso logró que sus padres le regalaran un caballo blanco de cartón y una espada de hoja de lata con los que recrear una y otra vez la escena.  El pequeño José sentía también fascinación por el altar de San Miguel, al que veía como un poderoso guerrero, armado con un vistoso casco de airosas plumas y levantando su espada sobre el diablo.

Con ambas escenas soñaba no pocas noches. En el delirio onírico mezclaba las imágenes: a veces veía al arcángel con la sonrisa del diablo o a san Martín en la posición supina de este ser del inframundo.

El encuentro de José Zorrilla con el diablo tuvo lugar una mañana de invierno. El niño se encontraba sentado en un balcón; asido a los hierros de la baranda, columpiaba sus piernas hacia la calle. Disfrutaba el crío de la sensación del frío, la humedad y la niebla que cada invierno acompaña al Pisuerga.

De repente sentí el trote de un caballo que venía por el lado de San Martin; al volver yo la cabeza hacia aquella parte, entraba ya por la calle de la Ceniza un jinete tan gallardo como colosal, que con la cabeza llegaba al rodapié de los balcones de mi casa.  Su caballo blanco y de ondulada crin avanzaba cabeceando, y bufando, y arrojando por sus narices dos nubes de caliente vapor, que en la fría atmósfera se desvanecían, y el jinete sonriéndome desde que apareció a mis ojos.

José Zorrilla. Recuerdos del tiempo viejo.

Cuando el caballero se acercó al balcón, José Zorrilla reconoció la fascinadora sonrisa, de blanquísima dentadura y labios extremadamente rojos, que veía cada mañana en la imagen del diablo postrado ante San Miguel.

El inocente niño corrió ‘muy contento’ a contarle a su madre que había visto al diablo montado sobre el caballo de San Martín. Fue esta una de las primeras apariciones que vivió el poeta y que marcarían años después una literatura casi fantástica.  

Yo no me explicaré nunca si esta visión, real o fantástica, es el origen de la poesía con que la mía ha caracterizado al diablo de mis dramas y mis leyendas.

José Zorrilla. Recuerdos del tiempo viejo

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