La semana de cine de Valladolid fue la cita fetiche para el director sueco Ingmar Bergman, una de las figuras más importantes del séptimo arte y de la cultura universal que apostó por estrenar algunas de sus obras culmen en la capital del Pisuerga antes, incluso, que en Cannes o Venecia.
Bergman fue, no cabe duda, uno de los mayores triunfadores de la historia de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci). Ostenta el curioso récord de haber ganador tres Lábaros de Oro, principal premio del certamen cuando aún era Semana de Cine Religioso y Valores Humanos, sin ser cristiano; palmarés que lo convierte, junto a Goran Paskaljevik, en el director más laureado de la historia de la Seminci.
La devoción del público vallisoletano por el cineasta sueco fue pagada con creces por el cariño que sentía el director por el festival: él mismo intervino de forma personal para que sus filmes se estrenasen aquí, antes, incluso, que en grandes salas y festivales europeos. Sobran razones artísticas y emotivas para que Seminci le dedique este 2018, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento, un sentido homenaje.
Los tres Lábaros de Oro
El debut de Ingmar Bergman en la Seminci coincide con un momento de apertura del festival a la recepción de cintas más alejadas de la temática cristiana. El cambio de denominación del certamen, que pasa a llamarse Semana de Cine Religioso y Valores Humanos , abre la veda a películas que “sin ser específicamente religiosos, contribuyen al progreso espiritual del individuo y la sociedad”.
El primer estreno de Bergman en el festival vallisoletano, El séptimo sello, llegó en 1960 con la bendición del padre Staehlin. La película se pasó el 24 de abril en el cine Avenida, previa advertencia del padre Luis González Fierro de que se trataba de una obra “para gente inteligente”. Aunque tiempo después corrió el rumor de que se había presentado una copia ‘cristianizada’, lo cierto es que se proyectó la versión original –en sueco y con subtítulos en inglés-; la misma que un año después sí fue manipulada y que no pudo volver a verse tal cual la concibió el sueco hasta 1991.
Causó impacto y estupor entre los espectadores, pero convenció al jurado. Bergman ya tenia su primer Lábaro de Oro.
El segundó llegó al año siguiente con El manantial de la doncella. La concesión del máximo premio del certamen a la polémica cinta, que gira en torno a una violación, provocó la ira del Arzobispado que manifestó en una carta abierta su intención de “evitar, en lo que esté a nuestro alcance, el que esta desorientación moral vuelva a producirse con ocasión de la Semana de Cine Religioso y Valores Humanos”. Las duras palabras de la Iglesia llevaron a la organización del certamen a procurar la revisión y la presencia eclesiástica en posteriores ediciones.
Siempre empapadas de controversia, la nueva incursión de Bergman en Valladolid llegó con el estreno de Los comulgantes: su tercer Lábaro de Oro. La película aborda la incredulidad y la duda de los clérigos en sus creencias, posición que cosechó punzantes críticas por algunos y que, sin embargo, fue considerada como la cinta más religiosa de su carrera por otros. Fue, no obstante, signo de la evolución del festival desde el adoctrinamiento hasta una postura más crítica y abierta.
Valladolid antes que Cannes
Ingmar Bergman no volvió a ganar el máximo galardón de lo que hoy es la Seminci, lo que no fue óbice para que el director siguiese demostrando su debilidad por la cita vallisoletana. Él mismo intervino de forma personal en las gestiones necesarias para seguir estrenando en Valladolid. Rechazó, incluso, a festivales como Cannes, Venecia o San Sebastián en favor de la Seminci.
Así, el 1967 estrena Persona, la primera cinta de Bergman que provoca pateos entre el público y reacciones negativas entre algunos críticos. Regresa, siempre estrenando, dos años después con La vergüenza, en 1970 con Pasión, en 1975 con Secretos de un matrimonio, un año después con La flauta mágica y en 1978 con Sonata de Otoño. El diario El País narró así la decisión del cineasta de traer esta última cinta a Valladolid “por el especial cariño que el director sueco siente hacia la Seminci, festival que significó durante muchos años el trampolín de lanzamiento de algunos de sus filmes”.
Su última gran obra, Fanny y Alexander, también está presente en el festival. Aunque falló poco antes de llegar al certamen, la organización no dudó en rescatarla un año después (1984) dentro de un ciclo en el que se presentan siete títulos del sueco inéditos hasta España, entre ellos, la versión íntegra (más de cinco horas) de Fanny y Alexander.
Ciclos en Seminci
Ese ciclo fue uno de los muchos que la Seminci le ha dedicado a uno de sus habituales más emblemáticos. Fue, así, protagonista de ciclos y retrospectivas en 1974 y 1984, se pasó de forma excepcional el diario de viajes Dokument Fanny och Alexander en 1986, se le dedicaron varias proyecciones de documentales (1988, 1997, 2007) y se exhibió la película En presencia de un payaso (1998). A todos ellos se sumará este 2018 un programa de actividades para conmemorar el centenario del nacimiento de Ingmar Bergman con, entre otras, un ciclo de documentales, la proyección de El séptimo sello y conciertos audiovisuales.
Pasó, quizá, más desapercibido el homenaje que le dedicó el director de escena Carmelo Romero: cuando recibió el encargo de preparar el montaje que inauguró al semana de cine en 1966, Romero rescató La danza de la muerte, una obra anónima del siglo XIV por encontrar, como él mismo confesó, una fuerte inspiración en El séptimo sello.
No hay comentarios