Arte y Museos

Tango de luces y sombras

26 febrero, 2015

André Kertesz es uno de esos artistas dotados con la genialidad imprescindible para vestir la calidad con el atuendo de la sencillez. Una calidad de composición y técnica que le ha valido el título de maestro de la fotografía para artistas del objetivo de la talla de Henri Cartier-Bresson. Si el nombre de Kertesz es menos conocido entre el gran público, se debe tan solo a esos avatares que tejen la historia con agujas de injusticia.

Andre Kertesz - primera Guerra Mundial

Durante la I Guerra Mundial retrató el día a día de sus compañeros soldados

Porque la magnitud de la obra de Kertesz es incontestable. Quizá su talento innato fuese condición sine qua non para que, ante el reto de ser autodidacta, llegase a ser uno de los filtros de la realidad más imitados de todos los tiempos. Si en su historia el talento fue papel, la paciencia fue la tinta que dibujó con trazos de una simplicidad estudiada las composiciones que marcaron una nueva forma de elevar la fotografía documental a la categoría de arte. Paciencia para captar el instante en el que la cotidianidad se vuelve belleza.

Nacer en el Danubio, triunfar en el Sena

La vida, siempre intrínseca a la creación del artista, hizo que aunque húngaro de de origen, Kertész viese en Francia su patria artística. Nacido en Budapest en 1894 e interesado en la fotografía desde su infancia, debuta en las calles y campiñas de la capital del Danubio con su primera cámara ICA 4.5×6.

Las gafas y la pipa de Mondrian (1926)

Las gafas y la pipa de Mondrian (1926), de la serie que realiza en el estudio del pintor vanguardista

Su estilo poético e incluso cándido despunta durante la Gran Guerra. Fue llamado a filas y supo evitar caer en el discurso dramático de las trincheras. Se convirtió, sin embargo, en un reportero gráfico de la rutina de los soldados.

Su traslado a París fue un segundo nacimiento. En 1925 nació el artista mayúsculo, el que frecuentaba el café de Dôme, el que bebía con Brassaï, el que instruyó a Cartier-Bresson, el que fotografiaba el estudio de Mondrian. Era el alter ego de la firma ‘A.Kertész’,  el objetivo codiciado por revistas de media Europa. Se estrena en las galerías con una exposición en Au Sacre de Printemps tan solo dos años después de su llegada a tierras galas y se revela como un interesado por la experimentación -en composiciones, perspectivas y encuadres-. Un campo abonado para las vanguardias.

También fue París la cuna de sus más apreciadas colecciones. Entre ellas se impone Distorsiones (1933), publicada en la revista Sourire. Los cuerpos desnudos, desencajados a antojo del artista mediante espejos cóncavos y convexos, en comunión con las vanguardias europeas, supusieron un nuevo capítulo en la historia de la fotografía surrealista.

'Nube perdida' (1937)

En Nueva York, el artista comienza a experimentar con los edificios

Se casó con Elizabeth Saly, firmó contrato con la agencia Keystone y se mudó a Nueva York en 1936 sin saber que estaba por llegar otra guerra mundial y la silenciosa Guerra Fría. Pese a publicar importantes reportajes para Vogue o Harper´s Bazaar, la ciudad que nunca duerme no salió de su letargo ante la obra de Kertész sometida a una férrea discriminación por su origen húngaro hasta casi tres décadas después.

El reconocimiento que se le negaba se abrió camino a borbollones cuando expuso, en 1964, en el Museo de Arte Contermporáneo de Nueva York, el MOMA. Y llegó la ratificación del artista a nivel mundial.

Siempre sediento de novedad, relegó el papel de la emoción humana a un plano menor ante la fascinación que sintió entre esos edificios que parecían rozar el cielo y que su cámara distorsionaba a voluntad. Nunca olvidaría la sugestión que para él supusieron las construcciones, hasta el punto de que su última serie, ‘Desde mi ventana’, retrata la ciudad que tanto le costó conquistar y en la que moriría en 1985.

Descubrir a Kertész

Su obra es poesía gráfica. Es honesta, es auténtica, es el legítimo testimonio de un tiempo en el que documentalismo y surrealismo podían convivir en un mismo artista. Y aun así quedó hueco para coqueteos con el constructivismo y el humanismo porque su afán de experimentación fue el timón de una carrera única que no puede encasillarse en ningún movimiento.

La muestra que se expone en Valladolid recoge de forma impecable la esencia de la totalidad de su obra. Es una acotación protagonizada por el blanco y negro (123 fotografías frente a las 17 en color que se incluyen en la colección), acorde a la relevancia que el binomio tuvo para Kertesz. Fue también la técnica que mejor supo manejar, con la la elegancia quien lleva el paso en un tango de luces y sombras.

'La bailarina satítica', 1926,

‘La bailarina satítica’, 1926, es una de las instantáneas más reconocibles de Kértesz

El orden cronológico que ordena las cuatro series que se muestran permite comprender cómo su evolución personal provocó su evolución artística (¿o fue al revés?): sus inicios en Hungría (1912-1925), la exaltación de su talento en París inmortalizado en Distorsiones (1925-1936), su clausura ante el reticente público neoyorquino (1936-1962) y su última época de reconocimiento profesional, coincidiendo con el acercamiento al color  (1962-1985).

André Kertész. El doble de una vida, diChroma photography y el Jeu de Paume de París ofrece 198 razones en forma de fotografía para convencer al más escéptico de por qué Kertész es uno de los artistas más importante del pasado siglo. Con un discurso sin palabras.

André Kertész. El doble de una vida puede visitarse en la sala de exposiciones de la Iglesia de San Benito de Valladolid de martes a domingo, de 12 a 14 y de 16 a 21.30 horas, de forma gratuita, hasta el 15 de marzo.

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