Decía Pavarotti que una vida dedicada a la música es una vida bellamente empleada. La de Beatriz Blanco comenzó, precisamente, el mismo año en el que murió quien quizá haya sido la mejor violonchelista del pasado siglo XX, Jacqueline du Pré.
Hace falta un talento innato para arrancarle sentimiento a cuatro cuerdas. El gobierno austriaco alabó la impecable técnica de la violonchelista Beatriz Blanco (Valladolid, 1987) cuando, días antes de que cumpliese 26 años, le entregó el más alto reconocimiento a la trayectoria académica musical, el Würdigungspreis. La patria de Mozart, de Schubert y de Haydn, la crítica, el público; se rendían a su vez ese je ne sais quoi con el que Beatriz pulsa el violonchelo hasta hacerlo sentir.
Dio sus primeros pasos en la música con el piano, pero pronto cambió las teclas por la cuerda frotada. ‘Fue un flechazo. Tenía ocho años cuando vi a un niño tocando en un programa de la tele. Me enamoré profundamente del sonido del cello -y platónicamente del niño-. Desde entonces no he dudado que ese instrumento sería mi vida’.
La convicción se tornó en una determinación impropia para una niña de ocho años que pasaba su tiempo libre escuchando las grabaciones que le daba su profesora de piano, Chola de Santiago, y que asistía a los conciertos de la OSCyL siempre que podía. Una niña que ahora recuerda de adulta ‘quería conocerlo todo’. La orquesta que la vio ganar centímetros recostada en la butaca fue la misma que acogió su debut como solista en el año 2004. No había cumplido la mayoría de edad y ya merecía los halagos de una crítica rendida ante un torrente de talento y emoción.
Con 27 años atesoras importantes reconocimientos como el Wurdigunspreise, has sido invitada a festivales en Suiza o Italia, actúas en las principales capitales europeas…desde lo más alto del panorama de la música ¿da vértigo tu trayectoria?No lo pienso, intento solo mirar hacia delante. A veces el bagaje ayuda, claro. Cuando me veo en una situación de mucha presión intento recordar las veces que ya he pasado por algo similar y que han salido bien. Eso me tranquiliza.
En una profesión en la que solo unos pocos destacan ¿se vive en un ambiente competitivo? Hay un mercado muy competitivo, cerrado y comercial. Para entrar a él tienes que saber venderte y eso me cuesta más. Yo sé tocar, pero lo que va por detrás (relaciones, negocios, presiones) parece que es casi tan importante como ser buen músico. Eso me entristece. Nunca he dudado de mi pasión por lo que hago, sé que es lo que quiero. Pero lo que rodea al mundo de la música a veces sí que me da pereza.
¿Qué piensas cuando oyes que estás considerada uno de los mejores músicos de tu generación? Que eso es imposible. Me siento muy halagada cuando la gente disfruta con mi música, pero hay tantísimos otros músicos geniales que es imposible afirmar algo así. Además, como todo arte, la música es muy subjetiva. Dentro de la calidad hay gustos diferentes y ninguno es necesariamente mejor que otro. Solo es distinto.
La trayectoria de Beatriz impresiona tanto como su cercanía. Ha destacado en las mejores academias de Europa, en países de arraigada tradición musical, como Suiza -donde reside en la actualidad-, que el año pasado incorporó la educación musical a su Constitución. Cuando visita España, nota el cambio. Aunque en su país se siente ‘muy apoyada y valorada’, reconoce que ‘fuera de nuestro país hay mucho más respeto por nuestro trabajo’. ‘Eres músico, y hagas lo que hagas, lo van a admirar’, sentencia.
En este sentido, Beatriz lamenta la formación musical de base en España, que no ‘educa a los niños a valorar la música, a sensibilizarse’. El tema gira hacia su ciudad natal cuando se apena de que ‘tengamos una orquesta, una programación y un auditorio (el Miguel Delibes) tan espectaculares y que no haya lleno absoluto en cada concierto’. Más allá de las horas que pasaba sentada en las butacas del Miguel Delibes y las que ahora pasa frente al público en su escenario o en el del Teatro Calderón, los recuerdos que Beatriz guarda de Valladolid son un rico mosaico de imágenes, sabores, sensaciones. ‘Cuanto más tiempo paso fuera, más y más me gusta Valladolid. Es una ciudad con muchísimo encanto. Me sorprendo y me alegro cuando alguien de fuera me dice que conoce Valladolid y que ha estado aquí.’
¿Cuáles son tus rincones favoritos de Valladolid? La plaza de la Antigua, la plaza del Viejo Coso y el barrio Girón.
¿Y tu ‘vista’ preferida? ¿Vale el camino del Canal de Castilla?
Si dispusieses de un día libre en Valladolid, sin ningún compromiso laboral ni familiar, ¿qué harías? Tapear, sin duda. Es lo que más echo de menos. El vino y la gastronomía que tenemos no se encuentran fuera. ¡También los helados de Iborra!
¿Y qué cambiarías? Las torres de pisos, el ‘ladrillo visto’, los aparcamientos de las estaciones de trenes y de autobús. Y la ley de que impide las actuaciones musicales en los bares. La música debería estar presente. Siempre.
Con un enorme violonchello C. Pierray (París, 1720) cargado a su espalda, Beatriz se despide una vez más de Valladolid. Ahora vuelve a Suiza, pero no se atreve a aventurar dónde estará dentro de un año. Tampoco le importa. Sabe que está empezando una vida bellamente empleada.
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