El barrio de La Victoria, uno de los más antiguos de la ciudad, atesora algunos de los enclaves más valiosos del Patrimonio Industrial español: un ramal del Canal de Castilla, obra cumbre de la ingeniería del siglo XIX. Junto a este paseo se imprime la huella del tren burra, tan asentado en la memoria colectiva de Valladolid, y que aquí pervive en la locomotora expuesta en una de sus plazas.
Si bien estos lugares lo asocian al desarrollo industrial de los últimos siglos, las raíces del barrio se hunden en tiempos aún más pasados. Precisamente se conecta con el centro de la ciudad a través del primer puente de la villa, el Puente Mayor. La pasarela fue un encargo de la condesa Eylo, esposa del Conde Ansúrez, en torno al año 1080, que, según la tradición oral, estuvo ligado a dos oscuras leyenda protagonizadas por la venganza de Mohamed y el mismísimo diablo.
El Puente Mayor unió de forma definitiva este llano de conventos, monasterios y huertas con la villa del Pisuerga. La Victoria mantuvo durante buena parte de su historia un carácter recoleto y sereno que la convirtió en la zona de esparcimiento predilecta para los vecinos del otro lado del Pisuerga.
Del transporte fluvial al ferrocarril
El impulso industrial que llegó de la mano del siglo XIX y modificó por completo la fisionomía del barrio es la estampa que recibe a quien accede al barrio por el Puente Mayor.
Como una postal de tiempos pasados, se conserva en un impecable estado la antigua fábrica de harinas ‘La Perla’, en funcionamiento hasta 2006 y, convertida después en el Hotel del Marqués de la Ensenada –que debe su nombre al ministro más influyente de Fernando VI y uno de los impulsores del proyecto-. Aunque la fábrica se instaló a mediados del siglo XIX, el aspecto que presenta el edificio corresponde a una restauración de principios del siglo XX después de un incendio que lo devastó. Sus cinco plantas originales se quedaron, después de esta intervención, en las tres que hoy tiene.

Plaza de San Bartolomé en la década de 1960. A la izquierda, las fábricas ‘La Perla del Pisuerga’ (desaparecida) y ‘La Perla’. A la derecha, la estación de tren.
La Perla marca el final del Canal de Castilla, la monumental obra de ingeniería hidráulica realizada entre los siglos XVIII y XIX. Estaba llamada a ser la vía impulsora del comercio desde Valladolid y Medina de Rioseco, donde concluyen sus dos ramales, hasta los puertos del norte. Sin embargo, la irrupción del ferrocarril pronto aparcó esta idea y en Canal se quedó durmiendo el sueño de los justos.
Este hito también tuvo su repercusión en el barrio. Justo en frente del canal, en la plaza de San Bartolomé, se construyó la estación de la que partían los trenes de la Compañía del Ferrocarril Económico de Valladolid. Era el llamado ‘tren burra’, que hizo su primer viaje desde la capital a Medina de Rioseco el 14 de septiembre de 1884. La línea dejó de operar en 1930 y, casi cuatro décadas después, se derribó la estación.
En un guiño al pasado, la plaza conserva uno de los vagones Sharp-Stewart importado de Mánchester (Reino Unido), restaurado en la década de 1980 después de su paso por la Rosaleda.
Un paseo por el Canal de Castilla
El Canal de Castilla ha recuperado su importancia en la región gracias a su indudable valor histórico y a una rica biodiversidad que lo convierte en protagonista de numerosos paseos.
En pleno centro de Valladolid puede visitarse el término del llamado Ramal Sur, que nace en la localidad palentina de Grijota y muere en La Victoria. Justo detrás de la Perla comienza un sendero de intensa vegetación con álamos y sauces blancos, en el que abundan los patos y las gallinetas comunes y, en los meses de invierno, incluso los cormoranes y las garzas reales.
Los cinco accesos que dan a este tramo del canal desde las calles adosadas han sido decorados con pinturas murales realizadas por Sergio Garrido. Los casi 600 metros de mural son un homenaje al importante papel que ha tenido el Canal de Castilla para el transporte mercantil de cereales, para la industria, para la sociedad –recuerda a las lavanderas apostadas en sus orillas o a los hortelanos que recogían agua para el riego-, para la fauna y la flora. Otro mural hace referencia al curso de su agua.
El recorrido continúa después de atravesar la avenida de Gijón. Aparece la dársena acompañada por un cambio radical del paisaje: la densa vegetación da paso a orillas despejadas que permiten observar el vuelo de aves rapaces.
El tramo comprendido entre la dársena y la esclusa 42, de apenas tres kilómetros y medio y recorrido de baja dificultad, integrado en el casco urbano y rodeado de zonas ajardinadas; se presenta como un agradable paseo que combina naturaleza e historia. Merece la pena acercarse a la esclusa, una de las más interesantes del Canal de Castilla, con un aspecto impecable gracias a su restauración en 2009.
La apacibilidad de la dársena se extiende al vecino Jardín Botánico de La Victoria que, desde 1999, atesora más de 30 especies de árboles y varias plantas autóctonas como alcornoques, cipreses o abedules. Junto a él se ha habilitado un área de huertos urbanos que los vecinos cuidan cada día.
Además de su patrimonio natural e industrial, el barrio conserva la parroquia que le da nombre, de la que sólo se mantiene la fachada original.
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