Jurado Oficial 2018

AINARA LÓPEZ

Bailarina

El teatro de calle intriga, desconcierta, altera, desorienta, nos hace tornar la mirada de izquierda a derecha, nos incita a viajar por rincones insospechados de nuestra psique, a frenar el ritmo en el que estamos inmersos.

Es insólito porque es frágil. Sorprendente, porque resulta inquietantemente familiar y porque nos devuelve, transformados, los espacios que creemos conocer tan bien. Y esencial, porque es político y osado.

En un mundo en el que tan acostumbrados estamos a circular por pasillos sin fin donde es impensable pararse porque los espacios públicos van desapareciendo, reducidos cada vez más a unas cuantas placitas de barrio duras y frías, blindadas de cemento, los artistas de calle retoman el espacio que nos pertenece y dibujan ciudades invisibles que podemos llevar a casa luego en el bolsillo de la chaqueta. Desaceleremos, frenemos entonces y aprovechemos la ocasión para convertir (aunque sea por unos instantes), como bien dijo mi gran amigo Santiago Alba en un Túnez agitado, “las plazas en escuelas, en parlamentos, en comunas, en teatros, en praderas, en balcones de fiesta”.

Las artes escénicas en la calle nos imponen (con cariño) ese desacelerar, nos aspiran para que respiremos los rincones pausados y vivos, los espacios abiertos entre las cosas, y observemos, con una mezcla de curiosidad y entusiasmo, a quienes de una manera tan inusual lo rehabitan, invitándonos a compartirlo.

Tú, yo, todos y las calles, formando nuevos paisajes. Efímeros sí, pero reales.

 

 

CARLOS GIL

Periodista de ARTEZ

A la reconquista

Solamente soy capaz de abarcar dudas. Y no tan razonables. Pasaron siglos hasta que el teatro se pudo hacer bajo techo. Y después de reglamentarlo, construir sus grandes monumentos para darle el cobijo y las necesidades técnicas suficientes para alcanzar notoriedad y valor de arte total, nos pareció que debíamos volver a los orígenes. Con una salvedad, lo planteábamos como un logro, una conquista, volver a recuperar la calle para la libertad de expresión artística.

Colocados en este umbral, abrazados a los movimientos más solidarios y recalcitrantemente buscadores de todas las vanguardias posibles, las artes escénicas en las calles, plazas, lugares específicos, esquinas o balcones, fue codificando sus lenguajes. Fue haciendo de una idea libertaria, un género, en ocasiones, una excusa.  Y cuando se acabaron las bonanzas económicas, cuando la calle ya era un territorio conquistado, aparecieron los subgéneros, los productos de consumo, las maneras de supervivencia.

Hoy estamos buscando otra vez la manera de definir ese espacio de libertad creativa. Seguimos esperando que vuelva la ambición artística, que todo lo que planteamos teóricamente lo veamos plasmado. Es una actitud condicionada por la realidad. Por las circunstancias, por el contexto cultural en que vivimos, tan bajo de autoestima, tan tendente a la caricatura.

Por eso acudimos al TAC agitados, porque aquí vivimos aquellos años gloriosos que esperamos volverán en cualquier esquina, en cualquier carpa, en cualquier gesto. Una auténtica reconquista. Todo evoluciona o involuciona, todo ha cambiado, menos las ganas de disfrutar y de cambiar la normalidad de esos cómicos que tiene al cielo por tejado.

 

 

ENRIQUE GAVILÁN

Profesor de Historia Medieval de la Universidad de Valladolid

Teatro, espacio y memoria


A diferencia de la sala, la calle ofrece un escenario turbio para el espectáculo, con sus propias luces, sonidos, olores, presencias, creando así, lejos del teatro, dinámicas imprevisibles. La memoria del espacio afecta también a la representación; sobre todo, cuando es densa, como la que envuelve el Palacio de Santa Cruz. Los recuerdos flotan allí como niebla invisible. El patio está en el límite entre calle y sala. A ésta lo acercan las gradas, la frontalidad, el control de la iluminación, el acceso restringido, pero no se separa completamente de la calle, que late muy próxima tras los muros. 

Una compañía taiwanesa, B.Dance, desplegaba hace un año una coreografía en cuyo centro se situaba la Memoria; no Mnemósyne, la madre de las musas, sino las aves fatídicas que recorren el mundo. La magia de la danza desplegaba su vuelo secreto. Huginn y Muninn, “pensamiento” y “memoria”, se posan cada mañana en los hombros de Odín y le cuentan cómo marchan las cosas. El cuervo, la más sabia de las aves, es también la más ingobernable, tanto como la memoria, salvo para el dios de las runas, que conoce su inevitable final. 


Conmovido por el espectáculo, me preguntaba una y otra vez: ¿dónde está aquí el Señor de los cuervos? Entonces miré hacia el cielo. Reconocí el intenso brillo de Júpiter, y cerca, entre Virgo y la Hidra, la pequeña constelación que los antiguos llamaban “Corvus”.

 

 

JAVIER FINAT

Profesor de la Universidad de Valladolid. Fundador del Grupo MoBiVAP

Me interesa el teatro como espejo curvado, como distorsión del escenario cotidiano para interrogarnos sobre la realidad más inmediata. El teatro en la calle como espectáculo que trastorna el uso cotidiano de los espacios, para mostrar que otras interacciones son posibles, como espacio de participación. Como representación y ruptura de un tiempo, tan efímero e irreal como el que a diario vivimos.  El teatro como re-configuración de una realidad multiforme y evanescente, más allá de una imposible recuperación de utopías perdidas.

El teatro de calle como re-presentación de una ruptura espacio-temporal, como fusión multi-sensorial en la que la obra se abre para competir en un entorno tan inicialmente hostil a las artes escénicas como es la calle. El teatro en la calle como “lugar” en el que la propia distorsión del espacio-tiempo deforma nuestras representaciones y hace emerger los convencionalismos; terrenos donde se percibe mejor la estupidez individual y colectiva a través de la aparente locura de los actores como mediadores. Como renuncia a la búsqueda del plano perfecto, derivado de la falsa naturalidad del escenario, sustituyendo éste por la escena de la que todos formamos parte, una escena que anticipa las ruinas del futuro en las que sin saberlo ya estamos instalados. 

El teatro y las artes escénicas donde todos los sentidos se juntan para ponernos en el lugar del otro, para poner en cuestión nuestra percepción más trivial del tiempo y del espacio, de las relaciones humanas y sociales, de la inmanencia y la (in)trascendencia de todas ellas. Como compromiso y como revulsivo de una sociedad anestesiada por un pseudo-liberalismo amorfo y esterilizante.

 

 

JESÚS R. VELASCO

Profesor Universidad de Columbia

Es frecuente que sociólogos y antropólogos utilicen el teatro para construir un modelo interpretativo de organización y comportamiento en el ámbito de las interacciones públicas.

Lo hizo Erwin Goffman para hablar de la presentación de uno mismo en sociedad; lo hizo Luis Martin Santos para hablar de formas de la división en clases, con especial atención a las diferencias económicas, fundándose en el corral de comedias como artefacto teatral.

Lo interesante del teatro de calle es que de alguna manera disuelve esta posibilidad, al confundir, por mor de la horizontalidad, si quien se presenta ante los otros es ciudadana o actriz, y al enturbiar, también, las aguas del orden estructural del edificio teatral.

Lo que el teatro de calle pone en cuestión es, precisamente, la separación entre lo que es teatro y lo que no lo es, entre lo que es arte y lo que no lo es, entre quien observa y quien es observado.

Es una forma del intercambio fractal de ojos que, de nuevo, nos hace reconsiderar tanto la sociedad como la política en el modo de ocupación del espacio público.

 

 

JORGE SANZ

Coordinador del Festival Internacional de Cortometrajes de Aguilar de Campoo, el Festival de Artes Escénicas y de AR.CA.

Tantos años en la profesión y aún me sigo conmoviendo con las primeras filas del público: los niños, enredados unos con otros y atrapando todo el suelo para poder ver más de cerca los saltos, los equilibrismos, los malabares y las destrezas, hacen del corro de gente un espacio de sonrisas. Me enternece ver cómo el paso del tiempo cumple su papel y, en festivales como el TAC, las generaciones que hacía unos años se sentaban en el suelo siendo niños ahora se colocan un poquito por detrás, dejando hueco a las nuevas miradas.

No puedo evitar observarlos para entender un poquito más del espectáculo: los cuchicheos con su amigo de al lado, su cara impresionada, boquiabierta con el número de circo, los aplausos suaves que salen más del placer emocional que de la acción consciente. Es ahí donde, sin quererlo, entiendo más a la compañía, también, y a la obra.

Los evalúo a través de los ojos del niño que se está sentando en un sitio como éste por primera vez, o a través de los de la niña que arrastra a su padre hasta el actor al final de la obra, tímida en su fascinación. Pero no sólo me quedo ahí. Cuando veo en los ojos de los adultos la infancia resistiendo, es ahí cuando digo: sí, este sitio es el correcto, aquí es donde quiero estar.

Gracias amigo Javier por ayudarnos a seguir resistiendo.

 

 

MARTA CARRASCO

Crítica de Artes Escénicas

La calle nos hace libres

La calle es ese lugar donde uno vive, donde se cuentan historias, donde se producen cosas que conforman finalmente nuestra biografía. Tomar la calle es lo único que tiene sentido en la educación sentimental de cada persona, si la sociedad siente que la ciudad realmente es suya. Que el arte tome la calle no puede ser más que la expresión natural del hombre en su escenario, en el propio, en el cotidiano, un lugar que se transforma en hecho singular por unos efímeros instantes. Si una de las primeras expresiones del ser humano fue el movimiento, la danza, este arte encuentra en la calle su elemento. Luego vino el teatro, los juglares, los cómicos de la legua e incluso el cine en la plaza del pueblo. La calle es el escenario donde el teatro, la danza, el circo…, se encuentran sin cuarta pared, a solas con el espectador.

Además, la calle es un espacio donde se generan nuevos públicos que descubren inesperadas opciones para su formación. Y lo hacen de forma libre, sin ataduras, con la posibilidad de rendirse en cualquier momento. Pero no sucede, porque el atractivo de un espectáculo en la calle tiene además del vértigo del directo, la frescura de la cercanía.

Fomentar la calle como escenario es sin duda generar cultura sin ataduras ni condicionantes. De otra forma, sería imposible continuar descubriendo aquello que nos hace libres.

 

 

OLGA SALDAÑA

Profesora IES Valladolid

El arte de lo inesperado

Con el comienzo de la primavera, desde hace ya algunos años, pongo automáticamente en marcha el ritual de la cuenta atrás. Solo quedan dos meses para el TAC...lo más esperado del año.

El teatro de calle es el arte de hacer aparecer lo inesperado, y ésta, mi ciudad, durante una semana, se convierte en su espacio.

Un espacio, que ya no funciona bajo las leyes de lo rutinario. Donde las calles, acostumbradas a ser surcos de tránsito, se convierten en lugar de parada y encuentro en un acuerdo tácito entre transeúntes y artistas nómadas, donde los primeros aceptan romper su cotidianidad en pos de lo imprevisto. Un imprevisto que viene de manos de los artistas de calle, situacionistas del siglo XXI que, como aquellos, en cada una de sus acciones parecen decirnos: solo es válido “el momento vivido directamente”, el arte no puede ser conservado.

Y es que, al pensar en ellos, no puedo evitar recordar a Melquiades y su capacidad de asombrar cada año con sus nuevos inventos. Con herramientas tan sencillas como su cuerpo y su voz los creadores del artificio también nos sorprenden y nos permiten transportarnos momentáneamente a nuestra infancia, al momento en que por primera vez descubrimos algo. Y eso, en un mundo colapsado de imágenes e información como el nuestro, es un milagro.

 

 

PEDRO PIEDRAS MONROY

Traductor y escritor

La sala y el hechizo de la calle. 

La Semana Santa y el TAC, dos de los acontecimientos más relevantes del año en Valladolid, comparten no sólo su dimensión teatral y su potencial para crear espacios escénicos en las calles sino también su capacidad para generar un flujo de energía que transforma el panorama urbano en su conjunto; como si, en esos días, el pulso armónico de la ciudad experimentara – tanto en el todo como en las partes – un cambio de tonalidad.

El núcleo de la Semana Santa reside en el “fuera”, en el espacio polimorfo y cambiante de la calle al que las procesiones confieren de forma efímera una dirección y un sentido nuevos. El espacio interior de los templos no podrá sustraerse a esa fuerza que fluye desde el otro lado de sus muros. Así los oficios religiosos de las iglesias se ven condicionados por la misteriosa energía generada en el exterior por pasos y capuchones, además de por la marea intempestiva de un público que lanza sobre el conjunto una mirada nueva. Nada es igual dentro cuando fuera todo es distinto, cuando quienes participan – a menudo, siendo los mismos – son también distintos. Del mismo modo, la mirada de quienes asisten a los espectáculos de sala del TAC se encuentra bajo el hechizo de la calle, vivirá la experiencia del “dentro” traspasada por las sensaciones y las emociones del “fuera” y, a menudo, exigirá inconscientemente de las obras de sala un compromiso con esa corriente invisible que viene del exterior.

Tal vez uno de los retos más fascinantes para el TAC en adelante sea el de seguir ahondando en esa exploración calle-sala de un modo aún más radical, abriendo todo lo posible la arquitectura teatral a la invasión de la calle.