Arte y Museos

La Edad dorada de la escultura: el barroco y Gregorio Fernández. Visita al Museo Nacional de Escultura (IV).

9 marzo, 2017

Volver: La Edad dorada de la escultura: Berrguete y Juan de Juni, referentes del siglo XVI.

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Es autor de los mejores pasos de la Semana Santa de Valladolid. Uno de ellos (una Piedad) nos recibe en el capítulo que el museo le dedica. Si nos fijamos en el rostro de Dimas, el ladrón crucificado a la derecha de Jesús, podemos apreciar el parecido razonable con el Duque de Lerma (encontrarás una representación fiable del noble en la capilla del Museo), que debía grandes sumas de dinero al escultor. Al menos, Fernández lo inmortalizó como el Buen Ladrón, el que se arrepintió de sus robos…¿sería una indirecta del escultor?. El naturalismo del Barroco desbanca al Renacimiento en el siglo XVII. La ruptura con el último periodo del Renacimiento y su serenidad está representada, en el Museo Nacional de Escultura, por uno de sus principales reclamos: las tallas policromadas de Gregorio Fernández. Con su cincel todo se vuelve palpable: el dolor, el sufrimiento, la muerte.

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Gregorio Fernández representa la escuela castellana del Barroco, una tendencia de marcado realismo y generosa en la expresión, que se recrea en la crueldad y el sufrimiento.

Todos estos rasgos se concentran en sus Cristos Yacientes, como el que expone el Museo Nacional de Escultura. Como en toda su obra, en esta figura destaca el cuidado estudio anatómico del cuerpo humano; pero en esta da un paso más buscando la ilusión de realidad con la incorporación de elementos postizos, como ojos de cristal, dientes de marfil virutas de corcho en las heridas y uñas realizadas con asta de toro. No escatima en la brutalidad de las heridas ni en la sangre. La expresión del rostro, con los párpados entornados, ofrece una imagen impactante de la muerte. Es, ante todo, efectista.

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No menos impactante es la angustiosa expresión de la cabeza de San Pablo tallada por Juan Alonso Villabrile (1707), en la sala 17 del Museo.

Como contrapunto al dramatismo castellano surge la escuela andaluza, más sosegada e idealista. En las siguientes salas encontramos representaciones de sus principales focos, ubicados en Sevilla (con Juan Martínez Montañés como referente) y en Granada (con el Pedro de Mena como principal exponente), las dos ciudades más ricas de la zona gracias al comercio marítimo con América.

Dentro de esta corriente se enmarca una de las piezas más valiosas del Museo Nacional de Escultura, la Magdalena penitente de Pedro de Mena (1664), una obra cumbre en la escultura hispana por la destreza en la talla, la carga emocional que se adivina en el rostro y el gesto místico y sereno que no le resta naturalismo a la imagen.

La evolución del Barroco en la escultura evoluciona entre la segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII con la irrupción del estilo rococó, hacia el denominado Barroco triunfante. La llegada de la dinastía de los Borbones con Felipe V como primer rey de la casa en España (1700-1724) trae consigo esta moda imperante en las cortes europeas.

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La naturalidad da un paso atrás en favor de la espectacularidad. Los materiales parecen más ricos, los detalles en brillo imperan en muchos de los detalles, se entremezclan elaborados diseños y se sofistica la sensación de volumen. Basta con echar un vistazo alrededor para percatarse del movimiento en la vestimenta o en la larga y sensual melena de María Magdalena en el desierto, de Luis Salvador Carmona. Estos recursos dan la impresión de que una poderosa corriente de viento revuelve la sala.

La incorporación de elementos postizos, ya empleada por Gregorio Fernández un siglo atrás, alcanza ahora el estatus de moda.  Sin embargo, lejos de impactar por el dramatismo, busca encandilar por los detalles. Estamos ante un estilo elegante e idealista, que busca belleza y delicadeza, incluso en las escenas de dolor, que los protagonistas parecen enfrentar con rostro sereno y dulce.

En esta sala destacamos la Virgen Inmaculada de Pedro de Sierra (1735), del desaparecido Convento de San Francisco, con ojos de vidrio; o un Cristo crucificado del vallisoletano Luis Salvador Carmona (del segundo tercio del periodo) con vidrio por ojos, pelo en las pestañas, dientes de hueso y clavos y cuerda reales.

La idealización y el lujo en detalles podemos encontrarlo, por ejemplo, en el traje de Santa Eulalia crucificada, también de Luis Salvador Carmona, cuyo estampado podría haber engalanado la vestimenta de cualquier noble, pues imita el estilo de la época.

No queremos cerrar este recorrido sin destacar la presencia del escultor Francisco Salzillo, uno de los más importantes imagineros del Barroco español, representado en el museo por las tallas de Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís, pertenecientes a su primera etapa.

 

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3 Comentarios

  • Reply Cádiz 2017 9 marzo, 2017 at 11:28

    Enhorabuena por como redactáis al detalle cada aspecto destacable de cada figura. Explicáis de una manera clara el «cambio» de estilo que existe con las entrada de la dinastía de los Borbones con Fernando V. Este artículo deja claro las características del momento de una forma sencilla para que quien lea el artículo no encuentre ningún tipo de duda.

    • Reply administrador 9 marzo, 2017 at 11:57

      ¡Muchas gracias por tu comentario! Gracias a la distribución de las salas del Museo Nacional de Escultura es muy sencillo observar la evolución de estilos. Es una auténtica enciclopedia para los amantes de la escultura -y del arte en general- :).

  • Reply Cristo de la Luz – Sabrosa Sobremesa 28 febrero, 2020 at 20:11

    […] talla es de Gregorio Fernández y es lo que su nombre dice: un Cristo de Luz, su mirada […]

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