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Rincones de leyenda

El sillón del diablo

El cordón rojo que distingue uno de los sillones expuestos en el Museo de Valladolid no protege a la pieza de los visitantes, sino a los curiosos de la maldición que acompaña al asiento frailero.Tan escabrosa es su leyenda que llegó a estar colgado boca abajo y a gran altura en la capilla de la Universidad de Valladolid hasta entrado el siglo XX para evitar que algún estudiante insensato cometiese la imprudencia de reposar en él. Era, como presagiaron las palabras de su primer dueño conocido, una cuestión de vida o muerte.

Su historia se remonta al siglo XVI, cuando se establece en Valladolid la primera cátedra de anatomía humana de España. Coincidiendo con la llegada a estas clases de un licenciado de origen portugués y sefardí, Andrés de Proaza, desapareció un niño de nueve años. Los vecinos de la actual calle Esgueva, entonces de la Solanilla, alertados por los turbadores sonidos que procedían del sótano del joven luso, dieron la voz de alarma. La escena que encontraron las autoridades no podía ser más macabra: el cuerpo despedazado de aquel niño yacía sobre una mesa de madera. Había sido diseccionado en vida.

Durante los interrogatorios, el perturbado criminal confesó tener un pacto con el mismísimo Diablo según el cual al sentarse en su sillón, regalo de un nigromante navarro, el Anticristo le desvelaba todos los secretos de la Medicina. Pero, advirtió, quien lo usase por tres veces sin ser médico u osase a destruirlo fallecería a la tercera jornada.

Olvidado durante años en la Facultad de Medicina, la leyenda negra que acompaña al mueble resurgió años después, cuando un bedel lo encontró adecuado para descansar en sus ratos libres. A los tres días fue encontrado muerto. La misma suerte corrió su sustituto, precisamente, a los tres días de haber tomado posesión del cargo.

 

Un fantasma en la casa de José Zorrilla


Las experiencias paranormales de nuestro poeta más ilustre, José Zorrilla, comenzaron siendo el autor del Tenorio muy niño. Nació y vivió su primera infancia en la actual casa-museo Zorrilla y fue aquí donde se manifestaron sus primeras conductas inusuales, como su capacidad para escribir dormido –era sonámbulo- y conversaciones con espectros.

El propio poeta narra en Recuerdos del tiempo viejo como en uno de sus escarceos, mientras su madre se mantenía ocupada, se coló en la habitación de invitados, donde conversó con el fantasma de su abuela: "una señora de cabello empolvado, encajes en los puños y ancha falda de seda verde, a quien yo no había visto nunca, ocupaba efectivamente el sillón, y con afable pero melancólica sonrisa me hacía señas con la mano para que me acercase a ella". Me dijo con una voz que no sabré explicar dónde me resonaba, si en el corazón, en el cerebro o en el oído: Yo soy tu abuelita; quiéreme mucho, hijo mío, y Dios te iluminará”.

Atemorizado, abandonó la estancia para contarles a sus padres la aparición, lo que le valió semanas de castigo y un silencio impuesto sobre lo que parecía ser una alucinación. Años después, siendo ya adolescente, Zorrilla encontró un retrato familiar en el que reconoció aquel espectro: era su abuela paterna, doña Nicolasa, fallecida años antes del nacimiento del poeta.

La habitación en la que se manifestó el espectro, al final de un angosto pasillo, era un alto complicado en las visitas a la casa-museo cuando se restauró el edificio; razón esgrimida para su cierre al público. Fue entonces cuando los trabajadores denunciaron extraños sucesos, como floreros que se movían, luces que se encendían y apagaban, ruidos, cajones que se abrían solos… ¿Sigue el fantasma de doña Nicolasa en la casa de Zorrilla? Por si acaso, la habitación ha sido incluida, de nuevo, en las visitas a guiadas al centro.

 

La leyenda del bautizo de Felipe II

 

Muchos vallisoletanos cuentan que el rey Felipe II fue sacado por una ventada del palacio de Pimentel, fácilmente distinguible por la cadena que la condena, para evitar ser bautizado en la parroquia de San Martín, como mandaba la tradición, y celebrar así los faustos en la suntuosa iglesia de San Pablo. Sin embargo, parece más factible que esta leyenda sea una deformación de los hechos reales.

La historia perpetuada por la tradición oral cuenta que el rey Carlos V se negó a que su primer vástago recibiese el sacramento en la humilde iglesia de San Martín, tal y como le correspondía por haber nacido en el Palacio de Pimentel. La vieja ermita parroquial nada tenía que ver con la actual, pues dado su estado, y a excepción de su torre, fue reconstruida medio siglo después del conflictivo bautismo que protagoniza la leyenda. Amén de que el lujo del templo de San Pablo debía de ser, a juicio del emperador, más digno del niño llamado a dominar el mundo. Tampoco se puede olvidar que la orden dominica fue una de las más poderosas de España, tanto en riqueza como en la Inquisición…y que el confesor de los reyes, García de Loaysa, pertenecía a la orden.

La decisión de Carlos V fue tomada como el mayor de los escándalos, ya que enfrentaba a los intereses de la monarquía con la autoridad eclesiástica. En pleno revuelo, alguien tuvo la idea de sacar al futuro Felipe II por la ventana para satisfacer así el deseo de su majestad y respetar, al pie de la letra y no sin cierta picardía, la tradición de bautizar al recién nacido en la feligresía que correspondiese a la salida del hogar.

A pesar de lo arraigada que se encuentra esta historia entre los vecinos, lo más probable es que no sea cierta. Lo que se sabe con certeza es que el futuro Felipe II fue bautizado en San Pablo y que la comitiva desfiló por un pasadizo elevado de madera, pero con el fin de salvaguardar al emperador y a su familia en un momento comprometido para su reinado: ese mismo día llegaron noticias de que los ejércitos mercenarios de Carlos V estaban asaltando Roma.

 

La maldición de los leones 'universitarios'


Flanqueando la entrada a la Facultad de Derecho se disponen varias columnas con leones, cuyo número no desvelaremos aquí. Antaño unidas por cadenas, de las que aún pueden verse algunos eslabones, delimitaban el comienzo de la zona en las que el rector podía impartir justicia a sus alumnos en virtud de un fuero especial que se remonta a la Edad Media. ¿Cuántos leones rodean el edificio? Es probable que no sean pocos los vallisoletanos que lo desconozcn e, incluso, que muchos se nieguen a conocer la respuesta: existe una leyenda urbana tan infundada como asentada entre los estudiantes, según los cuales, quien los cuente nunca terminará sus estudios.

 

Los milagros del Cristo de la Cepa

 

De apenas 20 centímetros de alto, toscamente definido en un tronco de cepa y con sus raíces por cabellos, el Cristo de la Cepa es una de las reliquias más curiosas de la ciudad. Los numerosos milagros que se le atribuyen hicieron de esta imagen una de las más apreciadas por los vallisoletanos, especialmente por el gremio del vino, y por los monjes de San Benito el Real, antaño orgullosos custodios de esta pieza que hoy se exhibe en el Museo de la Catedral.

Sus prodigios se remontan a su propio origen. Cuenta la leyenda que fue descubierto en Toledo por un labrador judío que sintió la llamada de la fe cristiana al encontrar la imagen del crucificado en un tronco de la cepa. Inmediatamente fue bautizado por el mismísimo arzobispo, quien hizo entrega de la valiosa pieza al monasterio vallisoletano.

Su popularidad se extendió rápidamente entre los vecinos de la villa, que acudían cada fiesta de la Cruz de mayo a ver con sus propios ojos la reliquia. Fue tal la fama que se ganó que pronto los monjes decidieron mostrarla también el viernes de Cuaresma y, poco después, todos los viernes del año.

Uno de los milagros que se le atribuyen sucedió en 1714. Una intensa sequía asolaba Valladolid desde hacía dos meses cuando los monjes de San Benito decidieron organizar una rogativa al Cristo de la Cepa. Apenas se asomó a la puerta, presto para su procesión, el cielo se encapotó y la lluvia empapó las calles para alegría de los allí congregados.

 

Las argollas de la calle Platerías y la muerte de Don Álvaro de Luna

 

Quien levante la vista a su paso por la plaza del Ochavo (inicio de la calle Platerías) podrá reparar en las cadenas de hierro y las argollas que penden de la pared. Durante siglos la tradición oral extendió la leyenda de que pendió de estas argollas la cabeza del Condestable don Álvaro de Luna, ejecutado en la Plaza Mayor de Valladolid en junio de 1453 después de una parodia a la que se hizo llamar juicio.

La teoría más viable sobre la presencia de estas cadenas no es, ni mucho menos, así de tétrica. En esta calle estaba asentado uno de los gremios más prósperos, el de los plateros. Su poder alcanzó tal nivel que se les concedió la regalía de, literalmente, echar la cadena a la calle de noche para indicar que se prohibía el paso de las autoridades en la persecución de quien allí se refugiase.

 

La sonada infidelidad de la condesa de Valverde   

Una de las casas palaciegas que más llaman la atención de la apodada ‘calle de los palacios’, la de San Ignacio en el callejero, es la de los marqueses de Valverde, reconocible por su tono amarillo y por las figuras humanas que enmarcan una de las ventanas principales.

Los rumores que se extendieron por la ciudad se referían a una supuesta infidelidad de la marquesa, involucrada en un lío de faldas con un joven del servicio. Mientras el criado mantenía esta relación adúltera se convertía en un hombre adulto, arrogante y orgulloso, confiándose en su posición de amante. Hasta que fue descubierto por el marqués.

Airado y humillado, el noble decidió avergonzar a su esposa colocando en la fachada de su casa dos esculturas que representaban a la mujer y a su amante. Que toda la ciudad supiese de la bochornosa conducta de la marquesa.

Quizá la historia que corrió de boca en boca entre los vallisoletanos fue injusta con la marquesa de Valverde, pues, es más que posible, que cuando las dos estatuas fueron talladas, ni siquiera residiese en Valladolid.

 

El Puente Mayor y su origen maldito

Dice la historia que recoge Antonio Martínez Viergol en el siglo XIX que, en tiempos en que el Pisuerga no conocía puente a su paso por Valladolid, vivían en la villa dos importantes familias, los Reoyo y los Tovar. El odio que sentía el heredero de los Reoyo por su vecino, avivado por el atractivo y el gancho de su vecino, se intensificó hasta el punto de la tragedia cuando ambos comenzaron a disputarse el amor de la hija de un labrador que vivía al otro lado del Pisuerga.  No es de extrañar que, dadas las virtudes del joven Tovar que enumera la leyenda, la muchacha comenzase a verse con él; aunque mucho distaban las intenciones del Don Juan de corresponder el sincero amor que sentía la muchacha.

Una noche de enérgico temporal, cuando Tovar se encaminaba a su cita, se cruzó con Reoyo. Mientas ambos se baten en un fatídico duelo que termina con la muerte de este último, la torrencial lluvia ha hecho del Pisuerga un obstáculo insalvable.

Lleno de ira, desesperado ante la visión del río embravecido, Tovar se encomienda al mismísimo Diablo, quizá sin sospechar siquiera que acudiría a su llamada. Pero, así cuenta la leyenda, las aguas del río se separan y entre llamas de olor azufrado, rodeado por un cortejo de pequeños diablos encarnados, el Diablo surge y le promete construir un puente para que Tovar pueda llegar a su cita. 

El insensato Tovar cruzó así el Puente Mayor a la carrera, pero, cuando alcanza la otra orilla, encuentra muerta a la joven. La culpa atormentó desde entonces al desgraciado, quien pasó el resto de su vida encomendado a la limosna. Dice la historia que murió treinta años después,al grito de “¡Me marcho con ella!”.

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