Jurado E Norte y performances 2018

JUAN CASADO. Director Actividades de Arte Joven en el Instituto de la Juventud de Castilla y León y director de Teatro Arcón de Olid

Valladolid, capital mundial del aplauso. 

Hay aplausos tímidos. Hay aplausos alegres, emotivos, eufóricos. Los hay enfervorecidos. Otros, en cambio, suenan obligados.
Mis preferidos son esos en los que, minutos después, te siguen doliendo las manos... esos en los que al cabo de un rato, un ejército de hormigas pizpiretas continúa bailando debajo de la piel de la palma de tus manos...
También me gustan los aplausos que no se dan. Los aplausos que sobran por obvios, los que se dan con la mirada, los que se dan con el gesto admirador, los que con una ligera sonrisa alertan una ovación mayúscula.
O los aplausos de un niño... ¡qué me dicen de los aplausos de un niño! Encierran una verdad suprema, dan ganas de sentarte en el suelo y convertirlos en objeto en si, en realidad para ser, a su vez, aplaudidos.
Tim Bergman, clown local de la minúscula ciudad de Postville, estado de Iowa, irrumpió un solemne y aburridísimo discurso del rector de su universidad sobre valores y conducta estudiantil. En mitad de una frase ultra subordinada, se levantó delante de 600 persona y aplaudió. Aplaudió a rabiar. Todos le miraban con estupefacción, algunos con rechazo. Al cabo de 40 segundos, varios se sumaron. El rector abría los ojos, mirando al público, mientras intentaba entender algo. A los dos minutos, las 600 personas aplaudían y reían, incluso hasta el rector se animó a aquella magnífica locura sin sentido. Aquello duró 8 largos minutos. Fue la primera vez que todos juntos hicieron algo positivo, inofensivo, bonito. La performance se convirtió en costumbre y se repite todos los años.

En unos días, Valladolid se llenará de aplausos. Habrá gente que aplauda asintiendo con la cabeza, gente que aplauda embobada, otros aplaudirán algo más distraídos, otros sonrientes... Me hacen gracia los que aplauden con mil cosas en las manos (el móvil, el paraguas, la cámara de fotos, el abrigo), y me enamoran de manera irreversible los que aplauden mordiéndose el labio inferior.

Bienvenidos a la versión XIX del TAC. Bienvenidos a Valladolid. Bienvenidos a la Capital Mundial del Aplauso.

 

 

LUISA MARTÍNEZ. Pedagoga

Emoción a pie de calle.

Nadie duda que el TAC es cultura, es belleza, es rebeldía, pero, por encima de todo, es emoción. Una emoción inicial, mezcla de interés y curiosidad, como la que sentimos cuando cae en nuestras manos El Comediante. Empiezas a leerlo, a intentar seleccionar, organizar horarios, calcular los tiempos para llegar de un espacio a otro…, todo esto sin querer pensar que muchas personas pretenderán hacer lo mismo que tú, que otras simplemente habrán salido a recorrer las calles “a ver qué hay por ahí” y que, desafortunadamente, aún no tenemos el don de la ubicuidad.

Cuando, por fin, llega la semana, la emoción va en esa mochila que te acompaña allá donde vayas, es una emoción que, igual te dibuja una sonrisa en la cara como te encoge el alma y te deja sin habla. Pero, sobre todo, te hace sentir que formas parte de algo grande, de algo diferente. Y vives la calle como algo tuyo, algo que te pertenece un poco más.

Te das cuenta de que artistas, público y calle son una misma cosa, que la inmediatez de ese mágico momento no va a repetirse nunca y que tienes el privilegio de disfrutarlo.

Vivamos con ansia esta semana, respiremos libertad, sintamos la complicidad, dejémonos dar la vuelta a la rutina y agradezcamos la oportunidad que nos brinda cada año el TAC para seguir creciendo.

 

 

MARÍA DEL VALLE SARA. Licenciada en Historia

Tuve la fortuna de participar en la organización y desarrollo de las primeras manifestaciones de teatro de calle en Valladolid. Entonces se celebraban en pleno invierno, y a pesar   del frio y la niebla, allí se plantó una semilla que fue creciendo hasta convertirse en el importantísimo evento cultural que hoy es el Festival Internacional de Teatro y Artes de Calle.

Recuerdo todavía hoy, las caras de sorpresa, de asombro, o de incredulidad, de un público que se topaba fortuitamente con aquellos espectáculos y los contemplaba al principio con escepticismo, para ir poco a poco dejándose seducir por unos números y unos artistas que lo deslumbraban. Se trataba de personas que en su mayoría nunca habían visto teatro de calle.

El boca a boca hacía su labor, la gente hablaba a otros de “aquellos tíos tan buenos” que había visto en Francisco Zarandona o en Portugalete y en el siguiente pase, el número de personas entre los espectadores crecía y sobre todo crecía el aplauso  y la apreciación del valor artístico de aquella fanfarria venida de Macedonia o de otros países del Este,  de aquellos  acróbatas ingleses, que en esa calle o  en esa plaza  estaban actuando y crecía sobre todo   la conciencia de ser público, publico callejero de arte de calle, público de calle de arte callejero.

En esa acción directa, en ese contacto entre el público y el artista que busca en la gente el espejo donde reflejar su trabajo, es donde en mi opinión radica la esencia y la magia de las artes de calle.